viernes, 20 de marzo de 2020

EL JUEGO LIBRE: UNA NECESIDAD PARA EL APRENDIZAJE.


El trabajo de los niñ@s es jugar, y jugar libremente es la manera de que descubran su entorno.
Intentar enseñar a un niñ@ algo que puede aprender por sí mismo no sólo es inútil, sino también perjudicial.
Ayudar al niñ@ para que suba a las barras de equilibrio o a un árbol, advertirles constantemente que se va a caer del tobogán, o intervenir cuando discute con otros niños por un juguete o por quién ha ganado, saber que les estamos haciendo un flaco favor, además del aspecto motor se está comprometiendo tambien su desarrollo psicológico.
Porque el decidir libremente con quién, dónde, cuándo y a qué jugar permite la adquisición de habilidades y destrezas, obliga a aceptar, negociar, pactar, tomar decisiones, resolver conflictos, ensayar, equivocarse, asumir riesgos, sobrepasar límites, y eso mejora la confianza y la resilencia, es decir, la capacidad de sobreponerse de manera optimista a las adversidades.
En la actualidad padres, madres y profesores supervisan las actividades de los niñ@s a escasa distancia y vigilan sus movimientos, sobreprotegiéndolos y privándolos de gran parte de esos aprendizajes.
El resultado es una notable falta de libertad para jugar y explorar por ellos mismos, para desarrollar intereses propios, para aprender a resolver sus problemas, cómo controlar su vida y, sobre todo, sus emociones.
El psicólogo Peter Gray, dedicado a la investigación de las formas en las cuales los niñ@s aprenden de forma natural y en el valor del juego, sostiene en sus artículos que la mejor forma de arruinar el juego infantil es “supervisar, halagar, intervenir”.
Pero el declive del juego libre no es sólo consecuencia de la superprotección de los padres. La tendencia a vivir en ciudades o grandes núcleos urbanos, el aumento del tráfico, los hábitos de vida, los extensos horarios laborales e incluso el tipo de urbanismo y las políticas infantiles desarrolladas durante décadas también han limitado el juego infantil. En las ciudades, los niños y sus juegos han desaparecido de las calles; fuera de los parques infantiles y las zonas de recreo, molestan. “Y a menudo esos espacios de juego público se caracterizan por su seguridad pero no invitan al juego espontáneo y creativo, y en ellos padres y madres supervisan las actividades a escasa distancia”, apunta Jaume Bantulà.
Sin riesgo, no hay aprendizaje
Los niñ@s necesitan poder experimentar situaciones de riesgo para su desarrollo.
En países como Reino Unido, Suecia, Australia o Canadá llevan años trabajando en esa dirección, partiendo de la base de que la asunción de riesgos es algo positivo y saludable para el desarrollo de los niñ@s. Y están actuando en consecuencia. Así lo vemos en las escuelas y parques infantiles, en los que la inclusión de troncos, columpios con neumáticos y suelos con arena y piedras son lo habitual, lejos ya de esos lugares en los que solo encuentran caucho bajo sus pies y plástico en sus manos.
En definitiva, en esta sociedad de las prisas, en la que no hay tiempo para nada, en la que vamos corriendo a todos lados y lo tenemos todo organizado al milímetro, se lo estamos extrapolamos a los niñ@s.
Debemos dejarlos que jueguen solos, tranquilos y a su ritmo, que creen su propia realidad, que se caigan y se levanten por sí mismos, en conclusión que se forjen su propia personalidad, para crear adultos bien desarrollados tanto en el aspecto motriz como en el psicológico.
Y recordar que TIEMPO JUGADO, TIEMPO APROVECHADO.

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