La labor de un entrenador de chicos y chicas que se inician en la práctica de algún deporte se debe plantear siempre desde una perspectiva educativa. Por lo tanto, sus capacidades como formador y comunicador, así como su vocación para enseñar a niños y jóvenes es tan importante o más, que sus capacidades y conocimientos técnicos del deporte específico que practiquen.
La labor principal de un entrenador de base es la de educar a los niños en una serie de valores, tales como la solidaridad, el compañerismo, la amistad y el respeto al adversario y también desarrollar las capacidades deportivas de éstos. Por lo tanto, los resultados a corto plazo se tienen que considerar siempre como una cuestión secundaria.
Muchos entrenadores consideran la victoria como su principal objetivo, incluso con niños muy pequeños, lo que hace que utilicen procedimientos totalmente inadecuados, ignorando las características psicológicas y fisiológicas de los jugadores. Con esta actitud, lo que consiguen normalmente es el rechazo de los pequeños y, en muchas ocasiones, malograr futuros talentos deportivos.
Nunca debemos olvidar que la práctica del deporte es para los niños, antes que nada, un entretenimiento, por lo tanto no tiene sentido generar una presión añadida en el niño o adolescente de la que ya soporta diariamente con sus obligaciones escolares.
Es muy importante que el entrenador no pierda nunca de vista ese sentido lúdico. Debe ser antes un maestro y un amigo que un sargento. Esto no quiere decir que no existan la disciplina y el respeto necesarios. Un buen entrenador infantil ser el que sepa combinar estos diferentes factores con éxito.
Entre las características que éste debe tener podemos destacar las siguientes:
- Saber motivar. Esto es sencillo cuando se trata de equipos y jugadores ganadores, pero cuando no es así, es fundamental el papel del entrenador ilusionando y motivando a los niños, realzando sus cualidades y buscando objetivos y logros adecuados a sus capacidades.
- Conocimiento de los niños a su cargo. Un buen entrenador debe saber como es cada uno de sus pupilos, cada niño o adolescente es un mundo y tienen reacciones y comportamientos diferentes. El buen entrenador ha de tener mucho de psicólogo y saber dar el tratamiento adecuado a los problemas y características de cada uno, sin que ello signifique tratamientos de favor ni agravios comparativos dentro de un equipo.
- Ser consecuente con sus decisiones. Si un entrenador decide que por su comportamiento o actitud en los entrenamientos un chico no merece jugar un partido, debe mantener su decisión incluso si esto le supone perder una final. Ya hemos dicho que la formación de los jugadores es mucho más importante que los éxitos deportivos a corto plazo.
- Tener un comportamiento correcto en todo momento. Una faceta fundamental del entrenador respecto de los jóvenes jugadores es la de dar un buen ejemplo. Por lo tanto, su actitud en la competición, tanto ante los contrarios como ante los árbitros, debe ser correcta y educada.
- Aplicar la formación adecuada para cada edad. Un buen entrenador no sólo debe tener unos buenos conocimientos específicos en su deporte sino que también ha de saber que necesidades de formación y que cantidad de ejercicio puede practicar el joven deportista según su edad. Debe ser consciente de que en los primeros años ha de primar el componente lúdico y ser, poco a poco, cuando se empezarán a desarrollar las actitudes físicas, técnicas y tácticas de los deportistas.
Ser entrenador de base supone tener una posición de liderazgo con los niños a los que entrena. Tanto los jugadores como sus padres, depositan una gran responsabilidad en el entrenador.
La diferencia de tener un buen o un mal entrenador hace que los niños vivan el deporte con alegría y entusiasmo o que se acabe convirtiendo en algo ingrato. Para un entrenador infantil, el mayor fracaso que puede tener es que los niños abandonen la práctica de un deporte por su culpa, por haber convertido algo atractivo para los niños en algo tedioso o desagradable.
A veces son los propios padres los que más presión ejercen sobre sus hijos, exigiéndoles por encima de sus posibilidades y haciendo que la práctica del deporte deje de ser una diversión.
En estas ocasiones los padres, en vez de ser aliados y colaboradores de los entrenadores en su papel de motivación y educación , son el principal obstáculo. Llegado el caso, el entrenador ha de hacer ver a los padres su error y evitar que éstos se inmiscuyan de una manera negativa en su trabajo.
Debido a esta responsabilidad que el entrenador adquiere al hacerse cargo de un grupo de niños o niñas hay algunas premisas que nunca deberá olvidar, como son:
- Animar a los jugadores a que sean deportivos, haciendo que estrechen las manos de los jugadores del otro equipo después de cada partido o aplaudiendo las buenas jugadas del equipo rival.
- Nunca se debe comprometer la seguridad ni la salud de los niños; un entrenador debe valorar esto por encima de cualquier otra cosa.
- Los jugadores son más importantes como personas que como deportistas.
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