El deporte infantil de formación parece que está tendiendo peligrosamente hacía una “profesionalización” excesiva con unos niveles de exigencia que muchas veces no están acorde con la edad de los jóvenes jugadores. Y todo para ganar.
El exceso de competitividad desde cada vez más temprana edad lleva a ver escenas que provocan vergüenza ajena. Padres vociferando en la grada contra el árbitro que en la mayoría de los casos es un chaval que también está aprendiendo y cuyo interés más allá de ganarse unos euros para sus gastos cotidianos consiste en intentar hacerlo bien. Y lo peor es la ansiedad que esos excesos competitivos suponen para los jóvenes jugadores, con unas exigencias que no se entienden ni en aras de descubrir al nuevo niño prodigio del deporte.
Algunos padres no sólo creen que su hijo es el mejor sino que casi hacen cábalas sobre la futura carrera profesional de sus vástagos como si esa fuera la esencia del deporte infantil sin entender que el objetivo en la base debe ser afianzar valores que además de en el deporte tengan sentido para la futura vida de esos jóvenes: el respeto por compañeros y adversarios, el trabajo en equipo, tomar el esfuerzo y concentración como las bases de la mejora deportiva y personal, aceptar y comprender la existencia de unas reglas del juego, inculcar la actividad deportiva como parte de una vida saludable, y muchos más.
También tenemos a entrenadores que tomando que tratan de poner en practica con sus equipos de formación aquello que ven por la tele cada fin de semana como si sus jugadores tuvieran las habilidades de esos grandes atletas que nos deleitan cada día por las canchas de todo el mundo. Así se podrá ver como jóvenes que todavía están aprendiendo y apenas han adquirido los conocimientos técnicos y tácticos realizando una tarea que se les escapa de sus posibilidades.
Por supuesto, los jóvenes no tienen culpa, y ésta corresponde a padres y sobre todo entrenadores que sólo se preocupan de sí mismos pensando que ganando se convertirán en entrenadores de éxito, teniéndose en cuenta sólo el presente y no el futuro deportivo y personal de esos jóvenes.
El exceso de competitividad desde cada vez más temprana edad lleva a ver escenas que provocan vergüenza ajena. Padres vociferando en la grada contra el árbitro que en la mayoría de los casos es un chaval que también está aprendiendo y cuyo interés más allá de ganarse unos euros para sus gastos cotidianos consiste en intentar hacerlo bien. Y lo peor es la ansiedad que esos excesos competitivos suponen para los jóvenes jugadores, con unas exigencias que no se entienden ni en aras de descubrir al nuevo niño prodigio del deporte.
Algunos padres no sólo creen que su hijo es el mejor sino que casi hacen cábalas sobre la futura carrera profesional de sus vástagos como si esa fuera la esencia del deporte infantil sin entender que el objetivo en la base debe ser afianzar valores que además de en el deporte tengan sentido para la futura vida de esos jóvenes: el respeto por compañeros y adversarios, el trabajo en equipo, tomar el esfuerzo y concentración como las bases de la mejora deportiva y personal, aceptar y comprender la existencia de unas reglas del juego, inculcar la actividad deportiva como parte de una vida saludable, y muchos más.
También tenemos a entrenadores que tomando que tratan de poner en practica con sus equipos de formación aquello que ven por la tele cada fin de semana como si sus jugadores tuvieran las habilidades de esos grandes atletas que nos deleitan cada día por las canchas de todo el mundo. Así se podrá ver como jóvenes que todavía están aprendiendo y apenas han adquirido los conocimientos técnicos y tácticos realizando una tarea que se les escapa de sus posibilidades.
Por supuesto, los jóvenes no tienen culpa, y ésta corresponde a padres y sobre todo entrenadores que sólo se preocupan de sí mismos pensando que ganando se convertirán en entrenadores de éxito, teniéndose en cuenta sólo el presente y no el futuro deportivo y personal de esos jóvenes.
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